6.2.09

πάσχα

En cuatro episodios:
1- La intuición, los signos, la heuresis
Acto 1 Escena 1 "Introducción"
2- El magnetismo de lo incógnito
Acto 1 Escena 2 "Máscaras"
PAUL CÉZANNE River at the Bridge of Three Sources 1906

3- Confluencia, revelación, éxtasis

Acto 1 Escena 2 "El balcón"

4- Del eros al ágape

Acto 1 Escena 2 "Danza del amor"


Yéndome
al cumplimiento del Pacto
al Acontecimiento, al Puerto
a la encarnación de las palabras

Música: Sergéi Prokófiev Romeo y Julieta (ballet, 1936)

4.2.09

EGOPATHOS


Albergue fui de druidas. Los ascetas,
en mis troncos de crústula rugada,
infligieron su frente macerada
y colgaron sus harpas los profetas.

JOSEPH TURNER Rain, Steam and Speed 1844

El empeño anida en las intermitentes fases de mi alma
es una cogitación caracoleada,
pálpito de doncella absorta.
Y hallo que cada vez que el columpio (la savia) alcanza los extremos de su vacilar
yo me consagro a lo huidizo -soy hermeneuta de mis brasas-
Un dios lugar, invisible innombrable es mi criptónimo
el corazón de la suavidad redacta su testamento en mí
con tiza y rosáceos óleos.

Vibro en empatías,
me quiebro en rozamientos silenciosos.

J. S. BACH Sonata para flauta y clave en Mi bemol Mayor 2do. Movimiento, 1736

Un clavecín etéreo (gasa y cristal) acompaña mis recitativos,

los disuelve en moléculas de trinos.
Suena esta voz a empaste impulsivo y nostálgico -la textura de los sueños no manifestados


hay que animarse al trago brumoso para saciarse de luz
*simulacro oráculo*

Ahí, convulsa.
En todo y en nada.


JOSEPH TURNER Norham Castle, Sunrise 1845

Y, en tremenda ocasión, el errabundo
viento espantado suspendió su vuelo,
al escuchar de mi interior profundo

brotar, con infinito desconsuelo,

la más grande oración que desde el mundo

se ha alzado hasta las cúpulas del cielo.

MANUEL J. OTHON La Noche Rústica de Walpurguis, 1897

2.2.09

TRAGEDIA Y EXISTENCIA


El oficial bebió, y fijando los ojos en la imagen de doña Elvira, prosiguió con la exaltación creciente: ¡Miradla...! ¡Miradla ...! ¿no veis esos cambiantes rojos de sus carnes mórbidas y transparentes...? ¿no parece que por debajo de esa ligera epidermis azulada y suave de alabastro circula un fluido de luz color de rosa...? ¿queréis más realidad...?

¡Oh!, sí, seguramente, dijo uno de los que le escuchaban, quisiéramos que fuese de carne y hueso!

Carne y hueso...! ¡Miseria, podredumbre...!, exclamó el capitán. Yo he sentido en orgía arder mis labios y mi cabeza; yo he sentido este fuego que corre por las venas hirvientes como la lava de un volcán, cuyos vapores caliginosos turban y trastornan el cerebro y hacen ver visiones extrañas. Entonces el beso de esas mujeres materiales me quemaba como un hierro candente, y las apartaba de mí con disgusto, con horror, hasta con asco; porque entonces, como ahora, necesitaba un soplo de brisa del mar para mi mente calurosa, beber hielo y besar nieve...; nieve teñida de suave luz, nieve coloreada por un dorado rayo de sol...; una mujer blanca, hermosa y fría, como esa mujer de piedra que parece incitarme con su fantástica hermosura, que parece que oscila al compás de la llama, y me provoca entreabriendo sus labios y ofeciéndome un tesoro de amor... ¡Oh...! sí...; un beso..., sólo un beso tuyo podrá calmar el ardor que me consume.

¡Capitán...!, exclamaron algunos de los oficiales al verle dirigirse hacía la estatua como fuera de sí, extraviada la vista y con pasos inseguros, ¿qué locura vais a hacer?, ¡basta de bromas, y dejad en paz a los muertos!

El joven ni oyó siquiera las palabras de sus amigos, y tambaleando y como pudo llegó a la tumba y aproximóse a la estatua, pero al tenderle los brazos resonó un grito de horror en el templo. Arrojando sangre por ojos, boca, y nariz, había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro. Los oficiales, mudos y espantados, ni se atrevían a dar un paso para prestarle socorro.

En el momento en que su camarada intentó acercar sus labios ardientes a los de doña Elvira, habían visto al inmóvil guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa bofetada de su guante de piedra.

GUSTAVO A. BÉCQUER El beso, 1863 (fragmento)

A. RODIN Le baiser, 1886

Hay, sin duda, algo de trágicamente destructivo en el fondo del amor, tal como en su forma primitiva animal se nos presenta, en el invencible instinto que empuja a un macho y una hembra a confundir sus entrañas en un apretón de furia. Lo mismo que les confunde los cuerpos, les separa, en cierto respecto, las almas; al abrazarse se odian tanto como se aman, y, sobre todo, luchan, luchan por un tercero, aún sin vida. El amor es una lucha, y especies animales hay en que al unirse el macho a la hembra la maltrata, y otras en que la hembra devora al macho luego que éste la hubo fecundado.
Hase dicho del amor que es un egoísmo mutuo. Y de hecho cada uno de los amantes busca poseer al otro, y buscando mediante él, sin entonces pensarlo ni proponérselo, su propia perpetuación, busca consiguientemente su goce. Cada uno de los amantes es un instrumento de goce inmediatamente y de perpetuación medianamente para el otro. Y así son tiranos y esclavos; cada uno de ellos tirano y esclavo a la vez del otro.
(...) Porque lo que perpetúan los amantes sobre la Tierra es la carne del dolor, es el dolor, es la muerte. El amor es hermano, hijo y a la vez padre de la muerte, que es su hermana, su madre y su hija. Y así es que hay en la hondura del amor una hondura de eterno desesperarse, de la cual brotan la esperanza y el consuelo.
(...) Todo lo cual se siente más clara y más fuertemente aún cuando brota, arraiga y crece uno de esos amores trágicos que tienen que luchar contra las diamantinas leyes del Destino, uno de esos amores que nacen a destiempo o desazón, antes o después del momento o fuera de la norma en que el mundo, que es costumbre, los hubiera recibido. Cuantas más murallas pongan el Destino y el mundo y su ley entre los amantes, con tanta más fuerza se sienten empujados el uno al otro, y la dicha de quererse se les amarga y se les acrecienta el dolor de no quererse a las claras y libremente, y se compadecen desde las raíces del corazón el uno del otro, y esta común compasión, que es su común miseria y su felicidad común, da fuego y pábulo a la vez a su amor. Y sufren su gozo gozando su sufrimiento. Y ponen su amor fuera del mundo, y la fuerza de ese pobre amor sufriente bajo el yugo del Destino les hace intuir otro mundo en que no hay más ley que la libertad del amor, otro mundo en que no hay barreras porque no hay carne. Porque nada nos penetra más de la esperanza y la fe en otro mundo que la imposibilidad de que un amor nuestro fructifique de veras en este mundo de carne y de apariencias.
(...) Según te adentras en ti mismo y en ti mismo ahondas, vas descubriendo tu propia inanidad, que no eres todo lo que eres, que no eres lo que quisieras ser, que no eres, en fin, más que nonada. Y al tocar tu propia nadería, al no sentir tu fondo permanente, al no llegar a tu propia infinidad, ni menos a tu propia eternidad, te compadeces de todo corazón de ti propio, y te enciendes en doloroso amor a ti mismo, matando lo que se llama amor propio y no es sino una especie de delectación sensual de ti mismo, algo como un gozarse a si misma la carne de tu alma.
(...) Y si doloroso es tener que dejar de ser un día, más doloroso sería acaso seguir siendo siempre uno mismo, y no más que uno mismo, sin poder ser a la vez otro, sin poder ser a la vez todo lo demás, sin poder serlo todo.
Si miras al Universo lo más cerca y lo más dentro que puedes mirarlo, que es en ti mismo; si sientes y no ya sólo contemplas las cosas todas en tu conciencia, donde todas ellas han dejado su dolorosa huella, llegarás al hondón del tedio, no ya de la vida, sino de algo más: al tedio de la existencia, al pozo de vanidad de vanidades. Y es así como llegarás a compadecerlo todo, al amor universal.
(...) Conciencia, conscientia, es conocimiento participado, es consentimiento, y con-sentir es compadecer.
Podemos abarcarlo todo o casi todo con el conocimiento y el deseo; nada o casi nada con la voluntad. Y no es la felicidad contemplación, ¡no!, si esa contemplación significa impotencia. Y de este choque entre nuestro conocer y nuestro poder surge la compasión. Hemos creado a Dios para salvar al Universo de la nada, pues lo que no es conciencia y conciencia eterna, no es nada más que apariencia. Lo único de veras real es lo que siente, sufre, compadece, ama y anhela, es la conciencia; lo único sustancial es la cOnciencia. Y necesitamos a Dios para salvar la conciencia; no para pensar la existencia, sino para vivirla; no para saber qué y cómo es, sino para sentir para qué es. El amor es un contrasentido si no hay Dios.

UNAMUNO Del sentimiento trágico de la vida, 1912

A.RODIN Le Baiser du fantôme à la jeune fille, 1885
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror.
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!
RUBÉN DARÍO Rima XLI: Lo fatal, 1887

A. RODIN Eternal Spring, 1906-07

AUDIO: P. TCHAIKOVSKY Fatum, op. 77, 1868

La concepción del mundo con la que se ha tropezado en el trasfondo de este libro [El origen de la tragedia] es especialmente sombrío y desagradable: de entre los tipos de pesimismo tradicionalmente conocidos ninguno parece haber alcanzado tal grado de malignidad. Falta la contraposición de un mundo verdadero y un mundo aparente: hay tan sólo Un mundo y éste es falso, cruel, contradictorio, seductor, sin sentido... Un mundo así constituido es el mundo verdadero... Tenemos necesidad de la mentira para llegar a vencer esta realidad, esta “verdad”, es decir para vivir. Que la mentira es necesaria para vivir, precisamente forma parte todavía de ese carácter terrible y enigmático de la existencia...
La metafísica, la moral, la religión, la ciencia han sido tratados en este libro tan sólo como distintas formas de la mentira: mediante su ayuda se cree en la vida. “La vida debe inspirar confianza”: la tarea así definida es inmensa. Para resolverla, el hombre tiene que ser además artista... Y lo es también: metafísica, moral, religión, ciencia, todas ellas son tan sólo engendros de su voluntad de arte, de mentira, de huida ante la “verdad”, de negación de la “verdad”. Ese poder mismo gracias al cual violenta la realidad mediante la mentira, ese poder artístico –por excelencia- del hombre, lo tiene aún en común con todo lo que existe; pues él mismo es un jirón de genio de la mentira...
Que el carácter de la existencia sea ignorado constituye la suprema y más profunda intención secreta de la ciencia, de la religiosidad, del ámbito artístico. [...] ¡El amor, el entusiasmo, “Dios”, son los más claros refinamientos del definitivo autoengaño, las más claras seducciones para la vida! En los momentos en los que el hombre cae en el engaño, en los que cree de nuevo en la vida, en los que se ha astutamente engañado: ¡Oh, cómo se ha inflamado a sí mismo! ¡Cuánto embelesado! ¡Qué sentimiento de poder! ¡Cuántos triunfos de artista en el sentimiento de poder!... ¡El hombre se ha convertido una vez más en señor de las “materias”, en señor de la verdad! Y siempre que el hombre se complace, permanece idéntico en su complacencia: se complace como artista, goza de sí mismo como poder. La mentira es el poder...
El arte y nada como el arte es el gran posibilitador de la vida, el gran seductor para la vida, el gran estimulante para la vida...

[...] ¡Y cuántos nuevos dioses son aún posibles!... En mí mismo, en quien quiere revivir de nuevo el instinto religioso, es decir, creador de dioses, ¡cuán diverso, cuán diferente se me ha revelado cada vez lo divino!... demasiadas cosas extrañas han pasado ya ante mí, en aquellos instantes sin tiempo que nos caen en la vida como desde la Luna y donde en definitiva no se sabe nada de lo viejo que ya se es ni de lo joven que todavía se será... Yo no quiero dudar de que hay muchos tipos de dioses... [...]

F. NIETZSCHE El nihilismo: escritos póstumos, 1885-1889