DOS HOMBRES REMEMORAN SUS VIDAS
Empédocles de Agrigento, del siglo v antes de Cristo:
"Yo he sido mancebo, doncella, arbusto, pájaro y mudo pez que surge del mar"
Taliessin, bardo galense del siglo v de la era cristiana:
"Yo he sido la hoja de una espada,
Empédocles de Agrigento, del siglo v antes de Cristo:
"Yo he sido mancebo, doncella, arbusto, pájaro y mudo pez que surge del mar"
Taliessin, bardo galense del siglo v de la era cristiana:
"Yo he sido la hoja de una espada,
Yo he sido una gota en el aire,
Yo he sido una estrella luciente,
Yo he sido una palabra en un libro,
Yo he sido un libro en el principio,
Yo he sido una luz en una linterna,
Yo he sido un puente que atraviesa sesenta ríos,
Yo he viajado como un águila,
Yo he sido una barca en el mar,
Yo he sido un capitán en la batalla,
Yo he sido una espada en la mano,
Yo he sido un escudo en la guerra,
Yo he sido la cuerda de un arpa,
Durante un año estuve hechizado en la espuma del agua"
Nomina si nescis, perit et cognitio rerum
Carl Von Linné, 1755
Carl Von Linné, 1755
Puntos negros, incertidumbres, agujeros de luz: en orden alfabético descendiente, éstas eran las obsesiones del Hugo. Nada alarmante, o que mereciera reclusión. Así lo había entendido la familia, que lo trataba como a una mascota exótica (lo cual suponía dosis alternadas de desdén y admiración hacia su estado).
Las ideas fijas se le presentaban en horas de la siesta, desde sus 14 años. El análisis de las mismas lo ejercía furtivamente, con un celo que hubiera merecido la santidad, en tiempos más honorables que los que le tocó transitar. Para el Hugo, sus dislates eran manifestación de ansiedades pitagóricas, motivadas por la búsqueda de una belleza susceptible a la desarmonía.
Soñaba con fórmulas matemáticas en caracteres siríacos, a veces con un maremagnum lechoso que se troquelaba en volutas, más raramente con esporas de sándalo que le provocaban accesos de tos. Adquirió la habilidad del "roce onírico" (como solía denominarlo él): desmembraba las imágenes en sensaciones táctiles indescriptibles. Como a la mayoría de los seres quebradizos, le apasionaban las taxonomías y los canones arquitectónicos.
A pesar de su ensimismamiento continuo, en parte elegido y en parte destinado, al Hugo lo abrumaba cierta clase de silencio. Quizás, horror al vacío. Solía pasar las mañanas en la biblioteca pública, consultando libros de física. Lo inquietaba específicamente la cuestión del centro de emanación y convergencia de las ondas, sean sonoras o luminosas. La magia refractaria o refleja era su objeto de interés excluyente.
Y es que el Hugo quería experimentar, desde sí mismo, cómo lo veían los demás. Pretensión de ubicuidad, sentenciaría un entendido en teología. El Hugo era un cabal converso del escepticismo discursivo, pero su puerilidad le impedía interpretar ajustadamente los gestos ajenos cuando se topaba con los vecinos en la calle. Al Hugo le dolían las amabilidades; él pensaba que en una letra está escondida la totalidad y que lo que sobra estorba. Basta dar con la clavija precisa.
Fabricaba péndulos y lentes cóncavas. A los espejos los trataba reverencialmente.
Las ideas fijas se le presentaban en horas de la siesta, desde sus 14 años. El análisis de las mismas lo ejercía furtivamente, con un celo que hubiera merecido la santidad, en tiempos más honorables que los que le tocó transitar. Para el Hugo, sus dislates eran manifestación de ansiedades pitagóricas, motivadas por la búsqueda de una belleza susceptible a la desarmonía.
Soñaba con fórmulas matemáticas en caracteres siríacos, a veces con un maremagnum lechoso que se troquelaba en volutas, más raramente con esporas de sándalo que le provocaban accesos de tos. Adquirió la habilidad del "roce onírico" (como solía denominarlo él): desmembraba las imágenes en sensaciones táctiles indescriptibles. Como a la mayoría de los seres quebradizos, le apasionaban las taxonomías y los canones arquitectónicos.
A pesar de su ensimismamiento continuo, en parte elegido y en parte destinado, al Hugo lo abrumaba cierta clase de silencio. Quizás, horror al vacío. Solía pasar las mañanas en la biblioteca pública, consultando libros de física. Lo inquietaba específicamente la cuestión del centro de emanación y convergencia de las ondas, sean sonoras o luminosas. La magia refractaria o refleja era su objeto de interés excluyente.
Y es que el Hugo quería experimentar, desde sí mismo, cómo lo veían los demás. Pretensión de ubicuidad, sentenciaría un entendido en teología. El Hugo era un cabal converso del escepticismo discursivo, pero su puerilidad le impedía interpretar ajustadamente los gestos ajenos cuando se topaba con los vecinos en la calle. Al Hugo le dolían las amabilidades; él pensaba que en una letra está escondida la totalidad y que lo que sobra estorba. Basta dar con la clavija precisa.
Fabricaba péndulos y lentes cóncavas. A los espejos los trataba reverencialmente.
Punto negro, punto inmóvil, opus nigrum.
Incertidumbre, volatilidad, tragedia cósmica.
Agujeros de luz, efluvios divinos, origen.
Detrás de todo, conectando y sosteniendo, mostrando lo inefable había un fenómeno: el encuentro, la atracción de los cuerpos, el amor.
(El Hugo se desvaneció súbitamente un mes antes de cumplir los 50. Lo encontraron en la orilla de la laguna, desplomada la cabeza de incipientes canas sobre un tratado de filosofía botánica de Linneo)
3 comentarios:
El Gran Hermano?
Ese Hugo me recuerda mucha a alguien...
El Hugo es, en este espacio, un personaje heroico. El pobre, además del destino trágico, carga con mis proyecciones. La creación de mitos es una de esas pedanterías a las que aspiro.
Disfruté mucho escribiendo el relato.
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