¡Cuánto admiro a los que, para vivir, saben trazar esquemas, idear cronogramas, marcar círculos, establecer jerarquías!
Porque mi alma transeúnte de esta tierra experimenta todo como una caterva de riesgos. Ella percibe tal hábitat de indiferenciación con desconsuelo. La confusión es su estado, su residencia, su condición. Lo único conocido le es este aquí, así, ahora.
Mas, por estas fechas conmemorativas, cualquier cosa parece posible: la exaltación, la disposición contrita, el desgano, la altivez, el desaliño, la asoladora autocrítica, un (pasajero) síndrome de catatonia. Temporada de espíritus con plafón bajo, estación de extraviados catecúmenos donde la gran ausente (vaya letal paradoja!) es la fe.
Nada denuncia a esta naturaleza extraña y soberbia donde se reconoce al caballero de lo infinito. Se alegra con todo, se interesa por todo; y cuando se le ve intervenir en algo lo hace con una perseverancia característica del hombre terrestre cuyo espíritu está atado a estos intereses (...)
Vive en una despreocupación de holgazán; y sin embargo paga el precio más caro el tiempo favorable, cada instante de su vida; porque no realiza la menor cosa sino en virtud de lo absurdo. Y con todo es como para enfurecerse, cuanto menos de celos, porque ese hombre ha efectuado y cumplido en todo instante el movimiento infinito. Vuelca en la resignación infinita la profunda melancolía de su vida, conoce la felicidad de lo infinito, ha experimentado el dolor de la total renuncia a aquello que más ama en el mundo; y gusta lo finito con tan pleno placer como aquel que no ha conocido nada mejor, no muestra señales del adiestramiento que hace sufrir inquietud y temor; se deleita con un aplomo tal que, parece, nada hay más cierto que este mundo finito. Y sin embargo toda esa representación del mundo que él produce es una nueva creación en virtud de lo absurdo. Se ha resignado infinitamente a todo para recobrarlo todo en virtud de lo absurdo. Constantemente efectúa el movimiento del infinito pero con una precisión y una seguridad tales que obtiene sin cesar lo finito sin que se sospeche la existencia de otra cosa. Creo que para un bailarín el esfuerzo más difícil de efectuar consiste en colocarse de un golpe en una posición precisa, sin un segundo de titubeos e incluso efectuando el salto mismo. Puede suceder que no haya acróbata dueño de semejante habilidad, pero mi caballero la posee. Muchos viven sumergidos en las inquietudes y placeres del mundo; son como aquellos que en las fiestas se quedan sin bailar. Los caballeros del infinito son bailarines a los que no falta altura. Saltan en el aire y vuelven a caer, lo cual no deja de ser un pasatiempo divertido y hasta agradable a la vista. Pero cada vez que caen no pueden del primer intento guardar el equilibrio; vacilan un instante en una indecisión que muestra que ellos son extraños al mundo. Esta vacilación es más o menos notable según su maestría, pero ni siquiera el más hábil de todos puede disimularla. Es inútil verlos en el aire, basta observarlos en el instante en que tocan el suelo retomando pie: es entonces cuando se los conoce. Pero volver a caer de tal modo que parezca a la vez estar detenido y andando, transformar en marcha el salto hacia la vida, expresar el sublime impulso en el curso terreno: he allí el único prodigio, aquello de que sólo el caballero de la fe es capaz.
SÖREN KIERKEGAARD [Johannes de Silentio] Temor y temblor, 1843
3 comentarios:
Entre drama y comedia he llegado trovando a la edad media; torpe, pero sincero, aún no soy caballero [y que el cielo me libre de cordura]. No me embriaga la altura ni me aburren los sueños; no es por moda que estallo y que me empeño. El amor sigue en brete y el camino a machete, más no lloro por tal ni me amilano, si conservo mis manos, mi sudor y el humano corazón.
epaaaa!
y este rapto de lirismo hispánico?
tiene firma o es apócrifo?
Olvidóme de él..es Silvio y no precisamente el locutor - juntador de gatos que nos acostumbra la tv local....
Publicar un comentario