28.10.08

Επιλεγμένη

Elegida.
Agraciada
Marcada.
Destinada.
Apartada.
Ungida.

Como Perséfone, como María de Nazareth, como Beatriz, como Ariadna.

La Voluntad de un Rey se ha posado sobre sus femeninos pudores, desgarrándola de eternidad. Ha de volver ella cada noche a las profundidades, anhelante de iluminación.
Conquistada por enigmas y con descaro, sumisa a esa intimidad quimérica y prodigiosa, se entrega. ¿Cómo resistirse a la ambrosía de las revelaciones? ¿Por qué huir de tan exquisito éxtasis?
No es el mismo el mundo, ahora. Tampoco la mirada.
Se dilatan los confines del deseo. Borbotea la vida encabritada (a través de la piel, purificando las entrañas). La cópula de la interpretación regenera la totalidad de las cosas.
Asustada, extraviada, distinguida.
El corazón le arde como jamás antes ni después.
La carne se le turba de exaltación.
Una sensualidad nueva la posee, transmutándola en sí misma.
Indecible. Insondable.
El buitre de la enajenación sobrevuela el éter, acechando su restaurada inocencia.
Él, Señor Suyo, le hace señas impalpables. Susurra su nombre en medio de la lobreguez del bosque. Ella inaugura sus pequeños oídos para esa sinfonía apetitosa que la besa, ensaya unos aleteos cortesanos de correspondencia.
Prístino estremecimiento del alma, planeo hacia el origen de la belleza.
Por primera vez y para siempre, la niebla le acontece dulcemente hospitalaria.
Comprende entonces -sin horror- que se ha enamorado de un fantasma.

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