RADIOHEAD – “Life in a Glasshouse” Amnesiac (2001)
Lo has de ver. En cualquier momento veinte mil millones de samurais emergerán desde esos cortinados de brocato, dispuestos a vengar inconsistencias gramaticales. Es ridículo, te lo admito, pero muy acorde a los tiempos que transcurren.
Sólo nos queda confiar en algún más allá de acá. De agonizar por llanuras deiformes de dicha ad perpetuum. O conformarse con paraísos de neón.
¿No lo aceptas, aún? Peor para ti.
Como el hollín tiñe de tinieblas lo que roza, así la sensualidad de lo absurdo cubre las apetencias humanas. Ya no hay ritual de la muerte, ni consagración de la miseria, ni revelaciones en la guerra, ni albergue de lo cotidiano. Todo es un show de proporciones patéticas. El coraje no importa, ni las angustias, ni la euforia, ni el candor, ni la eminencia. Lo corriente es la deserción, los falsos (o violados) juramentos, la relatividad de la ignorancia. No valen tu chispa, ni tu amor, ni tus renuncias. Y tus chillidos, la bronca contagiada, tu veleidad o tu justicia por mano propia temblarán ante un tribunal de indiferentes impávidos. Onanismo del nihilismo.
En la era de las especies el homo sapiens se abisma en su sustrato: cunde la animalidad, lo inferior, lo básico. La existencia suda su sentido en una carrera de dispersiones aleatorias. Fin del reinado de Ockham, presente del decir amortajado por un porvenir de incertezas.
Bástate a ti mismo (olímpico empleo, ser sin ninguna asistencia) o deviénete en parásito de lo escatológico. También puedes seguir engañándote, en cuyo caso ahí siempre tendrás a Hollywood, con sus espejismos áureos...
No se olvidaron de ti, oh Menelao, los felices e inmortales dioses y especialmente la hija de Zeus, que impera en las batallas; la cual, poniéndose delante, desvió la amarga flecha: la apartó del cuerpo como la madre ahuyenta una mosca de su niño que duerme con plácido sueño, y la dirigió al lugar donde los anillos de oro sujetaban el cinturón y la coraza era doble. La amarga saeta atravesó el ajustado cinturón, obra de artífice; se clavó en la magnífica coraza, y rompiendo la chapa que el héroe llevaba, baluarte de su cuerpo, cerco contra los dardos, que fue lo que más le defendió, rasguñó la piel y al momento brotó de la herida la negra sangre.
Ilíada, canto IV