27.8.10

SPA

Pero es que ya me harté de esta libertad
y no quiero más padres
que acaricien mi espalda.
Soy un hombre que quiere andar...
sin permiso para ir a llorar.
"INSTITUCIONES"
SUI GENERIS, 1974
(letra original)

Un lugar, quiero.
Donde ya no más chillidos de niñitas consentidas, ni perros ladrando por contagio o golpes al portón de huéspedes ajenos.
Donde el sol se cuele por cualquier hendija, emborrachando de luz el claustro de lectura.
Donde el jazmín, la rosa, algún ficus y los potus se sientan confortables y exploten de fervor primaveral.
De donde hongos, ácaros, humedad y arácnidos se hayan exiliado, irreversiblemente.

Un lugar, ahora.
Que la confusión prepondera
y el desaliento embauca.

Un lugar, imagino.
Donde los silencios discurran como en un caleidoscopio.
Donde el juego de vivir resuene como el coro de una cantata de Bach cualquiera.
Donde Tú, yo, él.
Donde mirarnos, comprenderlo y sonreír.

Un lugar, necesito.
Donde la intimidad salmodie sus aleluyas y cada encuentro sea un evento bienaventurado.
Donde reflexión, arte, prodigalidad y dialéctica tengan admisión perpetua.
Donde la melancolía encuentre su rincón, pero también se inyecten (a pedido) altas dosis de frenesí.

Un lugar, dame.
Me parece que no es mucho pedir...

16.8.10

Des reflets dans le temps

CLAUDE MONET
Water Lilies, 1906

Envejezco.
Es el atardecer de un domingo cualquiera de invierno.
Frío barrenando mis huesos. La sugestión de una taza de café con leche capitula ante el autoritarismo del lecho correctamente arropado (yo me dejo vencer, aunque sepa que esta inclemencia sólo ha de sosegarse con cálidos recuerdos).
Χρόνος se ofrece con un clima propiciatorio a las presencias lejanas, a los persistentes vacíos, al sorprendente titubeo.
No son las arrugas del corazón ni las desilusiones en la piel las que duelen.
Los proyectos se aletargan en armonía con el aceleramiento de la resignación.
La vista ya no merece confianza alguna; he madurado en el desarrollo tactil. Se hace preeminente custodiar la agudeza del oído. Las imprecisiones del olfato y del gusto, maltratados por unos cuantos lustros de alergia, son inevitables.
Mi vida frente a mí: un estanque colonizado por nenúfares liláceas, de aparente calma y profundidad misteriosa.

Pensar que todavía falta un buen trecho para que arriben los cincuenta...


LOUIS ARMSTRONG “Melancholy”
Hot Fives & Sevens Vol. 2

12.8.10

Gloria in excelsis, despectus in mundum

El eco de lo que oí y escucho

VICTOR JARA “Camilo Torres (Cruz de Luz)”
Pongo en tus manos abiertas, 1969

La monja rectora insistía en que sea yo la que diera charlas de meditación sobre la alegría del corazón y la perseverancia en la fe. Dos metas con las que soñaba, infructuosamente.
Y nunca entendí si así funcionaba el fenómeno o si en verdad era una elegida, pero al final lograba dar testimonio de ésas, mis grandes carencias.
Mientras tanto, yo envidiaba en secreto a ellos: el cura guerrillero, Angelelli y Romero, el sacerdote obrero, los palotinos de San Patricio, anónimos catequistas, religiosas, maestros rurales, novicios y comprometidos con los olvidados de siempre; los que (con o contra su voluntad) fueron convertidos en víctimas inmoladas, en esos años violentos.
Era una época en que mi mente estaba marcada por los principios del Documento de Puebla, y mi energía se disparaba con las estrofas de la Cantata Santa María de Iquique (recuerdo muy bien una versión alternativa con referencias a la pasión de Jesús que cantábamos con el coro litúrgico del colegio)
Y no era que yo estuviera enrolada en la opción preferencial por los pobres. En realidad, había abrazado con ardor el cristianismo seducida por su propuesta de despojamiento, admirada de ese desprecio tan elegante y original por lo humano (lo mundano) que los evangelios prodigaban en sus sentencias.
Compréndaseme: era una adolescente con presunciones de mártir y fantasías de agnus Dei, cuya alma festoneada de contraposiciones se desmenuzaba ante la insensatez de la existencia, una virgen que prefería morir a decaer en el hercúleo fango común que arrastraba a todos.

Aquellos lo habían conseguido tempranamente: arribar al Reino Eterno (donde no hay polillas u orín que echen a perder los tesoros, ni ladrones que los roben) pero con el interés por ganancias cobrado por anticipado acá abajo, con la gloria de convertirse en paradigmas para los confundidos de la tierra.

La santidad fue mi única ambición, mi singular frustración, mi obsesiva apetencia. Obertura, epílogo y exposición de mi soliloquio.




Desperté de ser niño;
nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
MIGUEL HERNÁNDEZ

Me pregunto si él no extrañará aquel tiempo en que era un crío esmirriado, lúcido, contestatario, de prodigiosa memoria. Cuando vacacionábamos en el complejo hotelero del ministerio de Bienestar Social de Alta Gracia, y mientras los demás correteaban por arroyitos y cumbres nosotros nos quedábamos encerrados leyendo las revistas de historietas de superhéroes que él coleccionaba (su predilecto era Batman, el justiciero melancólico); o inventaba relatos al estilo revisionismo histórico para entretener a mi hermano más pequeño. Eso fue antes que Potash, Filosofía y Nación y los vaivenes intelectuales del movimiento le otorgaran a su juicio un dejo de amargura. Creo, pero tal vez me equivoque bien fiero. Porque yo sí tengo nostalgia de la era luminosa, de una infancia que me hacía sentir indestructible. Y no sé él, pero también espero e imploro por mi definitiva restauración espiritual.

5.8.10

Raskolnikov: enamoramientos literarios





De mis tormentosas pasiones con personajes de ficción, dos son creaciones de Dostoyevski: además del Rodya de Crimen y Castigo (personaje inspirador de esta exquisita película de Robert Bresson), el Alekséi Fiódorovich (Alioshka, Aliosha, Lióshechka) de Los hermanos Karamázov.


Los otros lados del cuadrilátero amoroso pertenecen a

Adso de Melk, el novicio benedictino de El nombre de la rosa de Umberto Eco; y Julien Sorel, el héroe stendahliano en Le Rouge et le Noir.