LA RENUNCIA
Has conocido la vejez, el dolor y la muerte, y has concluido que el placer es una ilusión, que los epicúreos, víctimas de esa ilusión –la mayor que existe-, no comprenden nada sobre la inestabilidad de las cosas. Entonces has huido del mundo, convencido del carácter efímero de la belleza y de todos los encantos de la vida. No volveré, dijiste, mientras no haya evitado el nacimiento, la vejez y la muerte.
Hay mucho orgullo y sufrimiento en la renuncia. En lugar de retirarte discretamente, sin odio ni rebeldía, denuncias la ignorancia y las debilidades de los demás, condenas el placer y las voluptuosidades en los que los hombres se complacen. Quienes han renunciado al mundo para consagrarse al ascetismo han actuado así, convencidos de haber superado radicalmente las miserias humanas. El sentimiento de tener acceso a una eternidad subjetiva les ha hecho creer en una liberación total. Sin embargo, su impotencia para liberarse realmente se adivina en su condena del placer y su desprecio por quienes no viven más que por vivir. Incluso en el caso de que yo debiera retirarme al desierto más horrible, y renunciar a todo para no conocer más que la soledad total, jamás me atrevería a despreciar el placer y sus adeptos. Puesto que la renuncia y la soledad no pueden conducirme a la eternidad, puesto que estoy condenado a morir como todo el mundo, ¿por qué despreciaría a alguien, por qué esgrimiría yo mi propio camino como si fuera el único válido? ¿Acaso los profetas no carecen por completo de capacidad de comprensión y de discernimiento? Percibo el dolor, la vejez y la muerte, y me doy cuenta de que es imposible evitarlos. Pero ¿por qué iría yo a turbar el placer ajeno? Ciertamente, sólo la renuncia podría seducir a quien se ha hallado confrontado a semejantes realidades y las vive estando convencido de su perennidad. Es cierto que el sufrimiento conduce a la renuncia; sin embargo, yo nunca condenaría la alegría de otra persona, aunque la lepra me devorase. En la condena hay siempre una buena parte de envidia. El budismo y el cristianismo no son más que venganza y envidia hacia quienes sufren. Siento ya que en mi agonía no podré hacer más que la apología de la orgía. No recomiendo la renuncia a nadie, pues muy pocas personas logran, cuando se hallan en el desierto, superar la obsesión por lo efímero. Allí, igual que aquí, la precariedad de las cosas conserva el mismo atractivo doloroso. No olvidemos que las ilusiones de los grandes solitarios fueron más quiméricas aún que las de los ingenuos y los ignorantes. Tan amarga es la idea de la renuncia que resulta extraño que el ser humano haya podido concebirla. Quien no haya sentido, en los accesos de desesperación, un escalofrío gélido recorrerle el cuerpo, una sensación de abandono a lo ineluctable, de muerte cósmica y de nada, de vacío subjetivo y de inexplicable inquietud, ignora los terribles preliminares de la renuncia.
Pero ¿cómo renunciar? ¿Adónde ir para no abandonarlo todo de golpe (aunque ésta sea la única renuncia verdadera)? No podemos ya encontrar un desierto exterior; carecemos del decorado de la renuncia. Incapaces de vivir libres bajo el sol sin pensar en otra cosa que la eternidad, ¿cómo llegar a ser santos a cubierto? Es un drama eminentemente moderno el hecho de sólo poder renunciar mediante el suicidio. Pero, si nuestro desierto interior pusiera materializarse, ¿no nos anonadaría su inmensidad?
Has conocido la vejez, el dolor y la muerte, y has concluido que el placer es una ilusión, que los epicúreos, víctimas de esa ilusión –la mayor que existe-, no comprenden nada sobre la inestabilidad de las cosas. Entonces has huido del mundo, convencido del carácter efímero de la belleza y de todos los encantos de la vida. No volveré, dijiste, mientras no haya evitado el nacimiento, la vejez y la muerte.
Hay mucho orgullo y sufrimiento en la renuncia. En lugar de retirarte discretamente, sin odio ni rebeldía, denuncias la ignorancia y las debilidades de los demás, condenas el placer y las voluptuosidades en los que los hombres se complacen. Quienes han renunciado al mundo para consagrarse al ascetismo han actuado así, convencidos de haber superado radicalmente las miserias humanas. El sentimiento de tener acceso a una eternidad subjetiva les ha hecho creer en una liberación total. Sin embargo, su impotencia para liberarse realmente se adivina en su condena del placer y su desprecio por quienes no viven más que por vivir. Incluso en el caso de que yo debiera retirarme al desierto más horrible, y renunciar a todo para no conocer más que la soledad total, jamás me atrevería a despreciar el placer y sus adeptos. Puesto que la renuncia y la soledad no pueden conducirme a la eternidad, puesto que estoy condenado a morir como todo el mundo, ¿por qué despreciaría a alguien, por qué esgrimiría yo mi propio camino como si fuera el único válido? ¿Acaso los profetas no carecen por completo de capacidad de comprensión y de discernimiento? Percibo el dolor, la vejez y la muerte, y me doy cuenta de que es imposible evitarlos. Pero ¿por qué iría yo a turbar el placer ajeno? Ciertamente, sólo la renuncia podría seducir a quien se ha hallado confrontado a semejantes realidades y las vive estando convencido de su perennidad. Es cierto que el sufrimiento conduce a la renuncia; sin embargo, yo nunca condenaría la alegría de otra persona, aunque la lepra me devorase. En la condena hay siempre una buena parte de envidia. El budismo y el cristianismo no son más que venganza y envidia hacia quienes sufren. Siento ya que en mi agonía no podré hacer más que la apología de la orgía. No recomiendo la renuncia a nadie, pues muy pocas personas logran, cuando se hallan en el desierto, superar la obsesión por lo efímero. Allí, igual que aquí, la precariedad de las cosas conserva el mismo atractivo doloroso. No olvidemos que las ilusiones de los grandes solitarios fueron más quiméricas aún que las de los ingenuos y los ignorantes. Tan amarga es la idea de la renuncia que resulta extraño que el ser humano haya podido concebirla. Quien no haya sentido, en los accesos de desesperación, un escalofrío gélido recorrerle el cuerpo, una sensación de abandono a lo ineluctable, de muerte cósmica y de nada, de vacío subjetivo y de inexplicable inquietud, ignora los terribles preliminares de la renuncia.
Pero ¿cómo renunciar? ¿Adónde ir para no abandonarlo todo de golpe (aunque ésta sea la única renuncia verdadera)? No podemos ya encontrar un desierto exterior; carecemos del decorado de la renuncia. Incapaces de vivir libres bajo el sol sin pensar en otra cosa que la eternidad, ¿cómo llegar a ser santos a cubierto? Es un drama eminentemente moderno el hecho de sólo poder renunciar mediante el suicidio. Pero, si nuestro desierto interior pusiera materializarse, ¿no nos anonadaría su inmensidad?
*
¿Por qué no estallar? ¿No existe en mí energía suficiente para hacer temblar el universo, locura suficiente para aniquilar la mínima claridad? ¿Acaso mi única alegría no es la del caos, y mi mayor placer el impulso que me destruye? ¿Acaso mis ascensiones no son caídas y mi pasión mi propia explosión? ¿No soy capaz de amar sin autodestruirme? ¿Soy un ser herméticamente cerrado a los estados puros? ¿Contendría mi amor tanto veneno? Debo abandonarme completamente a mi frenesí, no volver a pensar en él para experimentarlo con el exceso más total. ¿Acaso no he combatido la muerte suficientemente? ¿Debo además soportar que el Eros sea mi enemigo? ¿Por qué siento tanto temor cuando el amor resucita en mí, por qué me entran ganas de aniquilar al mundo para detener el progreso de ese amor? Mi desgracia consiste en que deseo ser decepcionado en amor para tener nuevas razones de sufrir. Pues sólo el amor nos revela nuestra degradación. Quien ha visto la muerte enfrente ¿puede aún amar? ¿Puede morir de amor?
E.CIORAN En las cimas de la desesperación, 1933
# Te voy a decir algo aunque te enojes: sos escéptica porque creés que lo podés todo (mi madre a mí, durante el almuerzo, a raíz de mi manifiesto desdén respecto a los libros de autoayuda).
# No conozco verbo más insultante que "deber", conjugado en modo imperativo. Es también degradatorio y exterminador. Odio el deber ser, acaso porque en mi adolescencia me sedujo y yo sucumbí a sus ponzoñas.
# Renovada por el oasis de nuestros tangibles regocijos, iluminada en tu promesa de seguir perpetrando la complicidad, ennoblecida por tus cuidados y ponderación, sigo aún afectada a algunos miedos, interrogatorios vacuos, viejas dudas. Y no sé por qué, entendiéndolo, no paso a la acción de abdicar del caricaturesco poder de esos deseos cursis que ponen en riesgo a mi corazón.
Tal vez no estoy dispuesta a soportar de nuevo la terrible experiencia del error.
# Reproducción y trasmisión de la Vida: la opulencia de la Naturaleza es particularmente abusiva con las mujeres. No he logrado cumplir (supongo que el plazo está vencido) con el Máximo Designio Creador. Me siento, entonces, una sacrílega errabunda.
# No conozco verbo más insultante que "deber", conjugado en modo imperativo. Es también degradatorio y exterminador. Odio el deber ser, acaso porque en mi adolescencia me sedujo y yo sucumbí a sus ponzoñas.
# Renovada por el oasis de nuestros tangibles regocijos, iluminada en tu promesa de seguir perpetrando la complicidad, ennoblecida por tus cuidados y ponderación, sigo aún afectada a algunos miedos, interrogatorios vacuos, viejas dudas. Y no sé por qué, entendiéndolo, no paso a la acción de abdicar del caricaturesco poder de esos deseos cursis que ponen en riesgo a mi corazón.
Tal vez no estoy dispuesta a soportar de nuevo la terrible experiencia del error.
# Reproducción y trasmisión de la Vida: la opulencia de la Naturaleza es particularmente abusiva con las mujeres. No he logrado cumplir (supongo que el plazo está vencido) con el Máximo Designio Creador. Me siento, entonces, una sacrílega errabunda.
# Estas gnómicas tienen la pretensión de prologar una violenta y desalmada catarsis. Purificación en vistas a derruir la concupiscencia de una locura.
3 comentarios:
http://lacapital.com.ar/contenidos/2008/10/19/noticia_0016.html
el colmo de la absurdidad.
Si muero antes que ellos (espero) daré instrucciones a mis sobrinos para que me homenajeen escuchando "Non nobis domine" en versión pinkfloydiana todavía inédita (vos, que sos tan creativo, podés ir haciéndola. Si querés)
Si, me predispongo a hacerla. Pero para que la escuches vos hasta tus ochenta y seis años, me cachendié. Después te voy a mandar un regalito musical por correo, estate atenta.
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