22.9.08

INESPERADAMENTE

Mareado por el aura, incrédulo, lindas con el atardecer. Mientras subes, tus alas se confunden con el viento que ya no se alcanza a ver, para nadie florecen. Lindero de cielo, pájaros a ciegas: tu vuelo contra -en pos- del aura que no vemos, ángel en el que pocos creen, tiritas al borde del camino, peregrino de los cuatro sures, tu viaje era esa nube, tus dos alas el viento repentino, cielo de paso, cielo de pasto y barro, cielo que enseguida de convocado cesa.

Corazón bajo tierra, la palabra escrita se borra, hace como que se borra. Y al llegar la madrugada ya estará pronta su mitad de barrilete.

Y porque no se queden tristes las palabras van de cielo en cielo.

Tengo por costumbre hacer asociaciones musicales. Así, un género, una canción, un instrumento, un ritmo, una tonalidad me remiten a cosas, hechos, personas. Es mi manera de mantener la memoria vivaz, de integrar mi existencia al alma universal, de conectarme.

Pensaba en ello en las primeras horas del sábado, mientras escuchaba estos maravillosos registros guitarrísticos de Gabito.

Y a mí me encantaría ser evocada por un blues o resucitar en algún corazón nostálgicamente hechizado cuando un saxo lanza gemidos de sensualidad. Entrar a la eternidad cabalgando -acompañada- en los acordes de "Shine on you crazy diamond" (para ser más específica).

Pero últimamente, como mi vida parece un lamento boliviano, es probable que se me recuerde al escuchar algo así (y no me quejaría):

Otra fantasía que tengo es la de desaparecer con sutilidad, disolverme perezosamente, como soplo en el aire, una gota en el mar, la semifusa en la melodía. Dormir y ya no despertarme, dormir sin soñar, dormir para siempre. Sin preavisos ni ceremonias, conquistar la invisibilidad por asalto. Algo inesperado (me dijo L. mientras chateábamos, el otro día). Autenticidad de lo frágil. Finitud volátil.

En este anochecer de palabra, hombre y ángel en los altos de la casa, te invitas a nuestra mesa a escuchar las noticias que nos llegan de los muertos, silencios que dedicaremos a la ausencia. Retratado por el trueno que se aleja, íntimo de los paredones recalentados te precipitas a tierra que son estas primeras casas que se pueden ver entre río y barranca, ángel, hombre amedrentado por el vuelco del barrilete en busca de viento, de un poco de cielo de mano única.

El cuerpo dicta y el alma traduce, traducción de un alma a medida que el jardín se enfría.

Palabras verías llegar y sucederse, una después de otra, ir y venir de nombres como a través de pastizales las piernas de los niños. Por todas partes, por lo que quede de tu tiempo. Y no sabes si estos años podrán figurar en el registro de los años, si van a ser los mismos, otros, de otros o de nadie, si seguirán pasando por la sortija del tiempo, si no serán los años aquellos que mirabas llegar y sucederse sentado bajo los árboles. Si no podrías cambiarlos por otros, si en los ritmos que son tu tiempo y el tiempo esas palabras no podrían convertirse en los años de tu cuerpo. O cambiarse por nada, por muy poco, a una puerta de cementerio.

Pregunta si los años de las canciones no podrían hacerse pasar por años de su cuerpo.

[Los textos en itálica son de Diario de Eleusis, de Arnaldo Calveyra]

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