22.8.09

Gaudĭum et Evidentĭa o esa oportuna intuición de Dios

Decir que el instinto de huir del sufrimiento está profundamente enraizado en el hombre, es una errónea valoración psicológica de nuestra época. La inconciente remoción de un trauma, en base a dicho instinto, es una hipótesis inconsistente, en cuanto presupondría una voluntad extraña al trauma, un sujeto que se le opondría. Pero esta voluntad y este sujeto no existen, y el suponerlos como datos -aunque sea oscuramente, bajo la forma del inconciente, o incluso como tendencias autónomas y contradictorias- no favorece una mejor comprensión. Es el propio trauma el que produce el olvido, y no una inventada remoción por obra del inconciente, basada a su vez en una defensa del dolor. Y el individuo no se halla frente al dolor, sino que es él mismo dolor. Negando al dolor se negaría a sí mismo. El trauma lacera violentamente el tejido de la representación, hace aflorar lo inmediato: por eso permanece aislado de la sucesiva cadena de la memoria, que es puramente representativa. El dolor no es un accidente eliminable: forma parte de la base. El hombre para suprimirlo tendría que negar la vida, y por tanto -si fuese posible- mediante la razón. No hay instinto contra el dolor, porque el dolor expresa ya algo más. Sólo lo que se expresa en la alegría puede "remover" lo que se expresa en el dolor.

MILES DAVIS - In a Silent Way (1969) - "In a Silent Way / It's About That Time"

En las religiones profundas, como la india y la griega, el impulso jubiloso y exuberante de la vida comprensa la intuición del mundo como ilusión y apariencia: así surgen los dioses, creados por el poder cognoscitivo del hombre, símbolos que aluden a una profundidad, a algo que está tras la imagen de los sentidos. El dios expresa la evanescencia del mundo, transfigurada positivamente: si todo es apariencia, he aquí viviente ante vosotros aquello de lo que todo es apariencia.

JORGE CAFRUNE "Cuando llegue el alba" (1964)

Contra el pesimismo radical, además de la solución budista está la solución griega. Nietzsche ya lo dijo, si bien su formulación no fue convincente: la vía dionisíaca sería la afirmación del dolor. Pero el dolor es precisamente aquello que no se puede afirmar. Sería mejor decir que los griegos superaron el dolor por otra vía, minimizándolo, descubriéndole un rival. La vida como conservación del individuo, propagación de la especie, es un cuadro reductivo: aquí la necesidad, el poder, la carencia, el cansancio, configuran los modelos del hombre político, del hombre económico. Pero la vida también es juego, o si se prefiere, es algo más, algo distinto de todo lo dicho anteriormente. Cuando un fragmento de vida sustraído a la aflicción compensa todo el resto, se ha vencido el pesimismo. Esta es la enseñanza de los griegos. Para ellos nobleza no significa, como afirma Nietzsche, la buena conciencia por parte de quien posee y ejerce el poder, sino el actuar, el pensar sin finalidad. Lo que conocemos como cultura arranca de ahí, expresa el instinto antipolítico, antieconómico. Una creación primordial de este genio del juego es el mundo de los dioses olímpicos. La divinidad es la que huye del finalismo, significa la despreocupación por la necesidad. El dios es lo que se halla fuera de la esfera del ponos. Nietzsche supo ver la relevancia de la expresión homérica "los dioses que viven sin esfuerzo, con levedad", que sigue resonando en Platón: "los carruajes de los dioses se deslizan con suavidad, fácilmente". Considerar esta multitud de dioses olímpicos con su glorioso cortejo, el arte y la poesía griega , como una creación apolínea, tal y como sugiere Nietzsche, como una apariencia y un sueño, es clarificador, pero no agota el objeto. Para restituir aquel modelo, la metafísica de Schopenhauer es endeble, sus colores fúnebres. El juego no es únicamente sueño sino vigilia, no es apariencia más de cuanto lo sea la violencia del dolor, es un aspecto positivo de la vida que emerge de las islas griegas, es vida triunfante que consigue equilibrar el peso de la necesidad y del esfuerzo.
De estas premisas se desprende el resto. En primer lugar el elemento arbitrario, imprevisible del temperamento griego: el gusto por la competición, la astucia, la dominación mediante las palabras, la carcajada sin cinismo, la saciedad en la victoria, que renuncia a la aniquilación final del vencido, la indiferencia hacia los resultados de lo que se realiza, la predisposición a la ira, al impulso incontrolado, la susceptibilidad, el arriesgarlo todo por algo que no vale la pena, la impaciencia, la atracción por la máscara, el capricho de experimentar modos de vida contrapuestos. El distanciamiento respecto al elemento personal, y en general respecto a las condiciones individuales, en su banal corporeidad, arranca también de ahí: los griegos contemplan la individuación al trasluz, buscando un tejido que anteceda a la individuación. Para el griego, finalmente, el mito desdobla su vida en el sueño, suspende cualquier juicio, cualquier cadena rígida de sus pensamientos. Toda creación griega es antirrealista, hasta el final del siglo V (también Aristófanes y Tucídides son antirrealistas). Por eso el griego no teme al Estado, y si se presenta la ocasión lo desafía, como Sócrates, sin que la cosa suene a ridícula. El conocimiento griego es antitecnológico y antiutilitario, porque la cultura estaba basada en el juego. Por eso los sabios no divulgaron la ciencia, no la consignaron al Estado.
Giorgio Colli Después de Nietzsche, 1978

2 comentarios:

german dijo...

Nietsche with Davis & Cafrune...
Nunca voy a ser suficientemente interesante...

GISOFANIA dijo...

Ser "interesante" no me parece una meta de altura.
Lo difícil y valioso es ser "originario".
Vos podés, pibe...