26.4.09

EN LA RUTA DE JOB

¿Quién es ese que oscurece mi designio con palabras desprovistas de sentido? 

(Job, 38:2)


G. SEURAT The Echo (Study for Baignade), 1893

Hay ciertamente dos categorías de personas: las que viven según la metafísica y las que viven según la política. Estas últimas no tienen horror del mal. Viven en este mundo y se contentan con él. Los que viven según la metafísica saben que el mal se nos plantea como enigma. Los teólogos mismos viven según la política; ésa es la razón por la cual a las religiones les cuesta mucho trabajo explicar cómo el mal se ha introducido en el mundo. En realidad, no se dan cuenta de que este mundo es un escándalo y que sus leyes no son leyes, que el orden es desorden. En suma, no hacen sino aumentar el ruido y la furia; tienen preocupaciones, pero no la angustia reveladora.

Leyendo el libro de Nemo, he dicho que me he sentido como proyectado más allá del mundo y que he vivido en el miedo; no estaba ya en ninguna parte, he tratado de volver a mi yo que no es un verdadero yo puesto que el mundo es un velo. Aceptando hundirme cada vez más en la angustia, ¿no llegaría quizá al encuentro? Y habría podido tener “el diálogo de intención de mi alma con la otra alma” (pág. 228).

Job comprende que el mundo le será siempre incomprensible y que es una locura querer descubrir el misterio último del mundo “olvidando la perspectiva del libre juego en la que el mundo no sólo no será descubierto, sino desbaratado en el acontecer de una beatitud no limitada a ningún modo, conforme a la infinita grandeza de nuestro origen en el acuerdo por fin encontrado con ella” (pág. 227). Es un enigma también que Job acepta en tanto que enigma. No pide una explicación, pero en su diálogo con Dios está a la espera de ella, está en el diálogo.

La fenomenología de la angustia tan ardiente, tan terrible, tan espantosa del comienzo del libro ha hecho que me haya aferrado a esa evidencia y que el final del libro me haya convencido menos (…). No comprendo (…) el viraje de Job; pues ¿por qué nos hace pasar por allí, por ese infierno y por la muerte? Porque yo tengo miedo de la muerte; me he habituado, a la vez que lo rechazo, a este mundo insoportable. ¿Por qué debe uno pasar por allí? Yo me he quedado en “¿Qué quieren de mí?”. Sé que no hay que plantearse esta pregunta y sobre todo no planteársela a los teólogos, sé que el misterio es opaco y que debemos aceptarlo justamente porque en la espera misma el diálogo se desarrolla. ¿Por qué ha sido necesario que pasáramos por allí y que el horror nos sumergiera? Sé que no hay respuesta posible, pero Job parece consolarse de ello y por eso mismo y a pesar de todo se une a los teólogos. ¿Por qué estoy condicionado, por qué determinado a “no comprender”? ¿Por qué solamente el mal revela la inalterabilidad de nuestra alma?  Según Jakob Böhme el mundo será abandonado a su propia libertad. Él no se mezcla más en ello. Según otras tradiciones, el cosmos es una isla de la creación y no se tiene la seguridad de que sea al fin de los tiempos rescatada. Por eso el juego sería aún más trágico y más incierto para nosotros. En lo que a mí respecta, a pesar de la tentación imposible de la despreocupación y del me importa un bledo de la metafísica zen, no tengo paciencia. Mis posibilidades de hombre hacen que no pueda comprender nada y que ante la muerte no espere obtener la resignación o la calma, ni controlar mi horror. Desde que me he sumergido en la angustia, sólo tengo un deseo: volver lo más pronto posible a este mundo del mal, a la confortación de lo inconfortable, sustituir las preocupaciones, la política, a la angustia insostenible.

Es en este mundo, que está lejos de ser un refugio, donde busco un refugio. Este mundo me parece agobiador, demasiado real, pesado y espeso; me doblego bajo ese fardo.

O bien, de pronto, se me aparece irreal, “no verdadero”. Entonces me encuentro en el vacío, no sé dónde estoy, es el miedo pánico. Quiero reintegrarlo a este mundo, no ignorando que está acechado por la inevitable muerte.

Cuando me encuentro más allá del mundo, en la angustia, no puedo siquiera expresar la angustia. Sé que las palabras no la dicen. No son más que una aproximación (…) La angustia auténtica no tiene lenguaje, no sabe formularse los problemas, no los piensa, los sufre. Mi angustia no tiene explicación posible, no tiene ninguna lógica puesto que  está más allá de la palabra. Desde que hablo de ella, no estoy enteramente en la angustia sino en la literatura de la angustia.

Si entiendo bien, el Creador no da a Job, es decir a nosotros, la clave del misterio de su Creación. Sobre todo, no nos explica, o más bien no nos descubre el sentido de “el exceso del mal” (…) en la Creación. El Creador que nos ha dado un entendimiento más que limitado pide que por el momento, es decir, mientras el mundo dure, tengamos confianza y esperemos. Todo será sabido. Si no hubiera Dios, todo sería más simple, quizá. Cada vez me siento más tentado de creer en el Diablo y no en Dios. Pero si creo en el Diablo, creo entonces también en Dios. No puedo comprender la historia de los hombres sin la demonología (…)

Me es más fácil creer que Dios es, que creer que no es. Este universo y nosotros, que formamos parte de él, seríamos pues, para volver a lo que he dicho ya, una farsa enorme. Seamos pues los actores y entremos en el juego de Dios. Y hablemos de nuestros hechos, hagamos nuestro propio elogio, glorifiquémonos de nuestros monumentos y de nuestras obras maestras efímeras, riamos de él y de nuestras maestras efímeras, entremos en su juego, aceptemos toda la crueldad de este mundo, todo eso no tiene importancia puesto que es efímero. La despreocupación (…) o entonces nuestro sublime aguante (…) Riamos también de todas las imbecilidades criminales que cometemos, admiremos al mismo tiempo nuestras hazañas (…)

Riamos hasta la muerte. Riamos más allá del sufrimiento. La humanidad no tiene porvenir.

Los planetas que nos rodean están vacíos. La humanidad viviente está solitaria en el mundo (…) En realidad ¿no estamos aquí tal vez para nada, no somos tal vez una experiencia única? Tal vez se ha querido hacer con nosotros una experiencia cínica. Tal vez somos una apuesta. En ese caso, si no tenemos un destino mundano, histórico, tenemos un destino metafísico. Eso sería mucho más glorioso. En ese caso, aceptemos dignamente existir. No nos quejemos de nada. Aceptemos también que nuestra existencia sea breve. Presto mi persona a ese juego. No tenemos nada que perder. El hombre es a la vez absurdo, idiota y genial. Pero más que la política y el arte, las maravillas de la ciencia revelan la inteligencia del hombre.

¿Es del todo verdad? ¡Con qué brillo, no obstante, se manifiesta la superhumanidad del hombre en la arquitectura de las catedrales!

EUGÈNE IONESCO  “Job et l’exces du mal por Philippe Nemo”

  Le Quotidien de Paris, 8 de junio de 1978

JOE HENDERSON Candlelight (de Ron Carter)    

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