No siendo ciudadano de ciudad alguna, mucho me place serlo de la más noble que ha existido y que existirá. Si me mirasen los demás atentamente como yo, hallaríanse, como yo, llenos de inanidad y necedad. Librarme de ella no puedo, sin librarme de mí mismo. Estamos todos impregnados, tantos unos como otros; mas aquellos que se dan cuenta son más perdonables; aunque no lo sé.
Esta tendencia y hábito común de mirar fuera de nosotros es buena cosa. Somos un objeto lleno de descontento; no vemos en nosotros sino miseria y vanidad. Para no desanimarnos, la naturaleza ha expulsado muy oportunamente la acción de nuestra vista hacia fuera. Vamos hacia delante aguas abajo, mas remontar hacia nosotros la corriente es penoso movimiento: enrédase y estórbase el mar cuando se ve impelido hacia sí. Mirad, dice cada cual, los movimientos del cielo, mirad lo público, la disputa de éste. El pulso de aquél, el testamento del de más allá; en suma, mirad siempre arriba o abajo, a un lado, delante o detrás de vosotros. Aquel dios de Delfos nos daba antaño la orden contraria: Mirad dentro de vosotros, reconoceos, ateneos a vosotros; volved a vosotros vuestra mente y vuestra voluntad que se consume fuera; fluís, os esparcís; apilaos, sosteneos; os traicionan, os disipan, os roban a vosotros mismos. ¿No ves que este mundo tiene todas sus miradas vueltas hacia dentro y los ojos abiertos para contemplarse a sí mismo? Siempre es vanidad en tu caso, dentro y fuera, mas es menos vanidad si está menos extendida. Salvo tú, oh hombre, decía aquel dios, cada cosa se estudia la primera a sí misma y se limita, según su necesidad, a sus trabajos y a sus deseos. No hay ni una sola tan vacía y menesterosa como tú que abarcas el universo; eres el escrutador sin conocimiento, el magistrado sin jurisdicción, y, después de todo, el bufón de la farsa.
M. de MONTAIGNE, “De la vanidad” en Ensayos, libro III, cap. IX
Georgia O'keeffe El árbol Lawrence, 1929
Mientras el abstraccionista y el materialista se exasperan mutuamente y el burlón expresa lo peor del materialismo, surge un tercer partido que ocupa la línea divisoria entre ambos: el de los escépticos. Considera que aquellos dos son erróneos por su extremismo. Se afana por asentarse como el fiel de la balanza. No quiere ir más allá del límite debido. Observa la unilateralidad de esos hombres de la calle; (…) es partidario de las facultades intelectuales, de la sangre fría y de todo lo que sirve para mantener la serenidad; no desea una laboriosidad imprudente, un egoísmo no recompensado, un gasto inútil del cerebro (…)
Veo claramente, dice, que no puedo ver. Sé que la fuerza humana no está en los extremos, sino en la evitación de los extremos. Yo al menos evitaré la debilidad de filosofar más allá de mis capacidades (…) No afirmo ni niego. Estoy aquí para estudiar el caso. Estoy aquí para considerarlo. Me esforzaré por equilibrar la balanza (…) ¿Por qué pretender que la vida es un juego tan simple cuando sabemos lo sutil y evasivo que es ese Proteo? ¿Por qué pensar en encerrar todas las cosas en una estrecha jaula cuando sabemos que no se trata solamente de una o dos cosas, sino de diez, de veinte, de un millar de cosas distintas? ¿Por qué imaginarnos que toda la verdad está en nuestro poder? Hay muchos argumentos a favor de todas las causas.
¿Quién podrá impedir un prudente escepticismo viendo que no hay una sola cuestión práctica a la que se pueda hallar algo más que una solución aproximada? (…) puesto que la verdadera fortaleza de pensamiento consiste en “no dejar que lo que conocemos sea estorbado por lo que no conocemos”, debemos asegurarnos aquellas ventajas que podemos alcanzar y no arriesgarlas tratando de apoderarnos de lo etéreo e inasequible. ¡Nada de quimeras! (…)
Tal es el verdadero terreno en que se coloca el escéptico: el de la consideración y la reserva, de ninguna manera el de la incredulidad, de ninguna manera el de la negación universal, el de la duda universal, el de dudar hasta que duda; y menos que nada el de la burla y la befa licenciosa de todo lo que es estable y bueno (...). Es el meditador, el prudente, el que calcula sus fuerzas, el que economiza sus medios, el que cree que el hombre tiene demasiado enemigos y por eso debe evitar el serlo de sí mismo (…)
La filosofía que necesitamos es una filosofía variable y movediza (…) Necesitamos un buque para surcar las olas que nos envuelven (…) La adaptabilidad es la peculiaridad de la naturaleza humana. Somos términos medios áureos, estabilidades volantes, errores compensados o periódicos, casas fundadas en el mar. El escéptico prudente desea ver de cerca la mejor partida a cargo de los mejores jugadores, lo que hay de mejor en el planeta, el arte y la naturaleza, los lugares y los acontecimientos, pero principalmente hombres. Todo lo que es excelente en la humanidad –una forma graciosa, un brazo de hierro, labios de persuasión, un cerebro ingenioso, una persona hábil para jugar y ganar (…)
Las condiciones para que uno sea admitido a presenciar ese espectáculo son: que tenga cierta manera sólida e inteligible de vivir lo suyo, algún método que le permita hacer frente a las necesidades inevitables de la vida humana, pruebas que haya jugado con habilidad y buen éxito, de que haya manifestado la ecuanimidad, la fuerza y el conjunto de cualidades que, entre sus contemporáneos y connacionales, le otorguen derecho a la amistad y la confianza (…) Una prudente limitación (…); una posición entre los extremos que posea una cualidad positiva; un hombre cabal y suficiente, que no sea sal o azúcar, sino que esté lo suficientemente relacionado con el mundo como para saber enfrentar París a Londres, y que al mismo tiempo sea un pensador vigoroso y original al que no puedan intimidar las ciudades, sino que más bien se sirva de ellas: tal es la persona adecuada para ocupar ese terreno de la especulación (…)
La palabra Hado o Destino expresa el sentimiento de la humanidad en todas las épocas: que las leyes del mundo no siempre nos protegen, sino que con frecuencia nos hieren y nos trituran (…) Pintamos al Tiempo con una guadaña; al Amor y a
(…) Lo asombroso de la vida es la ausencia de toda apariencia de reconciliación entre la teoría y la práctica. La razón, la preciosa realidad,
George Fox vio “que existía un océano de oscuridad y muerte, pero también un océano infinito de luz y amor que fluía sobre el de la oscuridad”.
La solución final en que se pierde el escepticismo es el sentimiento moral, que nunca pierde su supremacía. Pueden probarse con seguridad todos los estados de ánimo y puede concederse su peso a todas las objeciones; el sentimiento moral pesa más que todas ellas. Es la gota de agua que equilibra el océano (…) Un pensador debe sentir que el pensamiento es el origen del universo, que las masas de la naturaleza ondulan y fluyen.
Esta fe aprovecha a todo el problema urgente de la vida y de los objetos. El mundo está saturado por la divinidad y la ley. Está satisfecho con lo justo y lo injusto, con los tontos y los locos, con el triunfo de la locura y del fraude. Puede contemplar con serenidad el abismo que se abre entre la ambición del hombre y su capacidad de actuación, entre la demanda y la oferta de poder, que constituye la tragedia de todas las almas (…). A través de los años y de los siglos, a través de los malos instrumentos, a través de las fruslerías y de los átomos, fluye irresistiblemente una tendencia benéfica.
Dejad que un hombre aprenda a mirar lo permanente en lo mudable y efímero, dejad que aprenda a soportar la desaparición de las cosas que estaba acostumbrado a venerar, sin perder su veneración; dejad que aprenda que se halla aquí, no para trabajar, sino para que en él se trabaje; y que, aunque un abismo se abra bajo otro abismo y una opinión desplace otra opinión, todas están contenidas en
R. W. EMERSON “Montaigne, o el escéptico” en Hombres representativos