11.1.10

MERIDIONAL

Camino a la parada de ómnibus el panorama no podría más deprimente. Ramas y cables caídos, por acá y por allí; el aroma a pino húmedo desde el cerco del club (que me es inevitable asociar a los cementerios de pueblo); la viscosidad del vapor, fruto de la cópula entre el tórrido sol y la resaca de lluvia, sofocando los cuerpos. El reventón de los verdes por doquier: un impecable lienzo de lo psicótica que es la vida, con la naturaleza por cómplice. Veo los rostros de la gente sometiéndose a la crueldad del verano, condescendientes a pagar tributo a algún superpoder sanguinario o furibundo. Se diría que al mediodía (tras el intenso temporal) sienten renacer su esperanza en la comunión de los seres.
Mi alma rechaza tal impresión, por antipática e incomprensible que le resulta.
Debe ser porque ella juzga que, aún con el desamparo que significa, Dios revela su intimidad mucho mejor en las tormentas, cuando el azote del viento, del rayo, del trueno, y esa penumbra que nos sobrecoge en sacralidad. El diluvio como antesala del Empíreo.

EL BOSCO La ascensión al Empíreo, 1490

...et lux in tenebris lucet et tenebræ eam non conprehenderunt...

La invisibilidad: un primoroso atributo del Rey de Reyes enamorado de su más díscola creación.

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