11.3.09

Stilla olei ardentis

Edgar DEGAS Femme se peignant, 1886


Las mujeres somos ménades de nuestras metamorfosis. Al menos a mí me pasa, no pretendo hacer generalizaciones ni me he dedicado a la observación de otras féminas; sin embargo, intuyo ciertas vibraciones que me animan a usar el enunciado universal.

Las mujeres somos poseídas por las transformaciones de nuestro espíritu, la racionalización de éstas parece estarnos vedada por naturaleza. Explicarnos es una empresa aporética, mostrarnos (velándonos y ocultándonos a tempo) es insoslayable. Quizás por eso nos vemos inclinadas al arte, a la mística, a la alquimia.

Yo misma, tan intoxicada de ciencia y filosofía, me encuentro permanentemente rebasada por los arrebatos de mi alma inquieta. Y suelo narcotizarme con alcohol o adrenalina para liberar a todas las que anidan en mí, al aguardo de sus momentos de fama; cada irrupción es violenta, entonces acabo agotada y dolorida. En mi propia Thiasoi (banda rebelde de mi psique), conviven y complotan la prostituta y la santa, la exaltada y la humillada, la esposa y la amante, la angelical (terribilísima) y la demoníaca, la reina y la sierva, la virgen y la promiscua, la niña y la madre, la bestia y la diosa. Todas ávidas de orgía y frenesí, de baile extático, de esplendor.

Édouard MANET, Reclining woman 1862-63

Es muy probable que mi actual renacimiento (sospecho que por su dimensión es el definitivo) me predisponga a las identificaciones especulares. El asunto es que por estos días me hallo reflejada en ciertas mujeres, especiales heroínas de la literatura, protagonistas de algunas novelas psicológicas. Es una experiencia fuerte, de la que no tengo registros.
Encuentro rasgos, actitudes, deseos y pensamientos míos en la lady Constancia Chatterley de Lawrence (El amante de lady Chatterley), en la Ann de Thomas De Quincey (Confesiones de un opiónamo inglés), en las Sonia Marmeladova, Dunia Raskolnikova (Crimen y castigo) y Nastenka (Noches blancas) de Dostoyevski.

Así, los espejos se me vuelven amables e inspiradores, límpidas superficies de descanso, instrumentos de genuino placer. Con una salvedad: el transmutarse involuntariamente en agente épico de la propia vida puede llegar a resultar algo espeluznante. Y asimismo es conveniente esquivar la tiranía de las idealizaciones.



[Al salir de mi casa esta mañana temprano, tras la lluvia, me encontré con la luna llena alzada sobre el firmamento. Su suntuosidad pudorosa, envuelta en tenues gajos de nubes, me acompañó durante todo el trayecto a la oficina. Como si fuera una señal de futuros aristocráticos fulgores...]

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