Septiembre se termina, festivamente.
La culpa clava su mordaz acero en el núcleo de mi alma. Me crujen las entrañas.
Alguna vez yo fui alegre, temeraria y suave... ¿Cómo es que no pude sostenerlo?
Volteretas del alma. Paisajes. La encantadora correspondencia de las cosas.
Septiembre se termina, festivamente.
La culpa clava su mordaz acero en el núcleo de mi alma. Me crujen las entrañas.
Alguna vez yo fui alegre, temeraria y suave... ¿Cómo es que no pude sostenerlo?
BJÖRK "Overture" (de Selmasongs, año 2000)
Cuando el inicio tenían 16 y 19, pero parecían milenarios. En una fotografía de aquellos días los veo a los dos: la figura menuda casi infantil de ella y la de él una cabeza y media más arriba, pero ambos con la misma mirada nostálgica, añorando una era inmutable y cósmica. Es lo que la melancolía hace a las personas, cincelándolas a su capricho; el sello de pertenencia a una estirpe que ignora espacios históricos. Él se vestía demasiado formal para su edad, con camisas lisas impecables y remeras negras, azules o marrones. Tenía una voz muy masculina, suave pero firme (todavía la conserva). Desde que la conoció, había metamorfoseado su rudeza; solía escribirle poemas y enviarle regalos con tarjetas que firmaba como Juan B (en alusión a Juan el Bautista, su personaje preferido). Ella era una campanita, inquieta y cantarina como arroyo de montaña.
Eran de emprender largas caminatas por las calles del barrio donde misionaban, relevando las necesidades de la gente. Cuando estaban solos, habitaban las heladerías y los boulevares: ocasión propicia para charlas sobre el significado de la existencia e ingenuas mutuas admiraciones. Podría decirse que una cierta pureza los envolvía, irradiando bienestar a su alrededor. Los amigos lo percibían así y se nutrían de esa extravagancia encantadora.
El torrente temporal suele ser cruel con algunos seres. Pasó un invierno, algunas cavilaciones, la duda, dos adioses separados por un año. Él tenía por costumbre dibujar laberintos barrocos; en cuadernos, hojas sueltas o servilletas de papel trazaba curvas y rectas cruzadas, con filigranas y jardines en miniatura. No sabía que su arte sería profético. Porque más tarde ambos (él y ella), alternativamente, fueron Teseo, Ariadna, Minotauro, hilo, encrucijadas, playa, renuncia, soledad.
Corazón bajo tierra, la palabra escrita se borra, hace como que se borra. Y al llegar la madrugada ya estará pronta su mitad de barrilete.
Y porque no se queden tristes las palabras van de cielo en cielo.
En este anochecer de palabra, hombre y ángel en los altos de la casa, te invitas a nuestra mesa a escuchar las noticias que nos llegan de los muertos, silencios que dedicaremos a la ausencia. Retratado por el trueno que se aleja, íntimo de los paredones recalentados te precipitas a tierra que son estas primeras casas que se pueden ver entre río y barranca, ángel, hombre amedrentado por el vuelco del barrilete en busca de viento, de un poco de cielo de mano única.
Thomas Cole El diablo arrojando al monje desde un precipicio
El aspecto de una cadena de montañas cuyos picos nevados se pierden entre las nubes, la descripción de una tormenta o la que hace Milton del reino infernal, nos producen un placer mezclado con terror. El espectáculo de los prados poblados de flores y los valles surcados por arroyuelos, y donde pacen los rebaños, nos produce también un sentimiento agradable, pero plenamente gozoso y amable... La noche es sublime, el día es bello. Los que poseen el sentimiento de lo sublime están inclinados hacia los sentimientos elevados de la amistad, la eternidad, el desprecio del mundo, el silencio de las noches de verano tachonadas por la temblorosa luz de las estrellas y la solitaria luna en el horizonte. Lo sublime emociona, lo bello encanta. Lo sublime terrible, cuando se produce fuera de lo natural, se convierte en fantástico.
Y por ello me enganché con lo de los Paraolímpicos. Para promocionar en mí y en el que esté interesado el permanente ejercicio del ego a favor del fortalecimiento de los instintos. Porque de eso se trata, a fin y a principio de cuentas. Creo más en los imperativos biológicos que en los postulados de la fe, la voluntad o el éxito.
Al Dani seguro le gustaría este post, pero no creo que lo lea. Alguna vez le pasé la dirección de un blog mío y respetuosamente me dijo que no había entendido nada, que cómo hago para escribir tan rebuscado, si en realidad yo no soy así. El tema de a continuación es uno de sus preferidos (junto con el Canon de Pachelbel), y en la versión de su admirado Israel Kamakawiwo'ole