25.9.08

VITRAUX

Existe en todos los sentimientos humanos una flor primitiva, engendrada por un noble entusiasmo, que va marchitándose poco a poco hasta que la felicidad no es ya sino un recuerdo, y la gloria una mentira. Entre estas frágiles emociones, nada se parece más al amor que la joven pasión de un artista que inicia el delicioso suplicio de su destino de gloria y de infortunio; pasión llena de audacia y de timidez, de creencias vagas y de desalientos concretos. Quien, ligero de bolsa, de genio naciente, no haya palpitado con vehemencia al presentarse ante un maestro siempre carecerá de una cuerda en el corazón, de un toque indefinible en el pincel, de sentimiento en la obra, de verdadera expresión poética. Aquellos fanfarrones que, pagados de sí mismos, creen demasiado pronto en el porvenir, no son gentes de talento sino para los necios. A este respecto, el joven desconocido parecía tener verdadero mérito, si el talento debe ser medido por esa timidez inicial, por ese pudor indefinible que los destinados a la gloria saben perder en el ejercicio de su arte, como las mujeres bellas pierden el suyo en el juego de la coquetería. El hábito del triunfo atenúa la duda y el pudor es, tal vez, una duda.
“Gillete” La obra maestra desconocida, 1831
Honoré de Balzac

BJÖRK "Overture" (de Selmasongs, año 2000)

Cuando el inicio tenían 16 y 19, pero parecían milenarios. En una fotografía de aquellos días los veo a los dos: la figura menuda casi infantil de ella y la de él una cabeza y media más arriba, pero ambos con la misma mirada nostálgica, añorando una era inmutable y cósmica. Es lo que la melancolía hace a las personas, cincelándolas a su capricho; el sello de pertenencia a una estirpe que ignora espacios históricos. Él se vestía demasiado formal para su edad, con camisas lisas impecables y remeras negras, azules o marrones. Tenía una voz muy masculina, suave pero firme (todavía la conserva). Desde que la conoció, había metamorfoseado su rudeza; solía escribirle poemas y enviarle regalos con tarjetas que firmaba como Juan B (en alusión a Juan el Bautista, su personaje preferido). Ella era una campanita, inquieta y cantarina como arroyo de montaña.
Eran de emprender largas caminatas por las calles del barrio donde misionaban, relevando las necesidades de la gente. Cuando estaban solos, habitaban las heladerías y los boulevares: ocasión propicia para charlas sobre el significado de la existencia e ingenuas mutuas admiraciones. Podría decirse que una cierta pureza los envolvía, irradiando bienestar a su alrededor. Los amigos lo percibían así y se nutrían de esa extravagancia encantadora.
El torrente temporal suele ser cruel con algunos seres. Pasó un invierno, algunas cavilaciones, la duda, dos adioses separados por un año. Él tenía por costumbre dibujar laberintos barrocos; en cuadernos, hojas sueltas o servilletas de papel trazaba curvas y rectas cruzadas, con filigranas y jardines en miniatura. No sabía que su arte sería profético. Porque más tarde ambos (él y ella), alternativamente, fueron Teseo, Ariadna, Minotauro, hilo, encrucijadas, playa, renuncia, soledad.


5 comentarios:

JOKERMAN dijo...

Este es un post sencillamente hermoso. Simplemente eso.

JOKERMAN dijo...

"Ella era una campanita, inquieta..."
¿La había alcanzado la primavera por casualidad?

GISOFANIA dijo...

Y tu (este) comentario es una caricia en la médula. Absolutamente gracias.

Ella era ella, sin reservas: la primavera misma...

Diego dijo...

Coincido con el licenciado...

¿Puede regresar la primavera? Esas cosas tienden a ser cíclicas, quién sabe si quizás.

GISOFANIA dijo...

en no saberlo está su encanto (creo)