Tú sabes, Señor, cómo tiembla mi corazón ante estos peligros y trabajos. Pero veo que tú eres más rápido para sanar mis heridas que mi enemigo para infligírmelas.
¿En dónde, verdad suma, no has estado conmigo enseñándome de qué me debo precaver y qué es lo que debo apetecer, cuando te manifestaba yo mis pensamientos más interiores y pedía tu consejo? Pasé en revista como pude hacerlo con mis sentidos, a todo el mundo exterior. Penetré luego en los múltiples y vastísimos recesos de mi memoria, llenos de incontables abundancias y me sentí pasmado y sobrecogido al contemplarlas. Con tu luz pude discernirlas y encontré que ninguna de ellas eres tú. Y no fui yo, aunque todas las revisté, quien las descubrió. Me esforcé por distinguirlas y por situarlas a todas según su dignidad, interrogando lo que me venía por el anuncio de los sentidos y sintiendo que otras cosas iban mezcladas conmigo. Discutí a los sentidos mismos que me las anunciaban; manipulé unas, guardé en la memoria otras, y expulsé de ella a otras más.
Y yo mismo que hacía tal operación; o por mejor decir, con la fuerza que en mí la llevaba a cabo, entendí que no eras tú. Tú eres la luz permanente a quien yo preguntaba sobre las cosas si son, qué son y cuál es la importancia que tienen. Y te escuchaba en tus enseñanzas y en tus mandamientos, y eso hago con frecuencia todavía. En esto hallo gran contentamiento, y en este placer me refugio cuantas veces puedo desligarme de las necesidades de la vida cotidiana. Pero en ninguna de esas cosas que vuelvo y revuelvo y sobre las cuales te pido consejo, hallo lugar seguro en que mi alma descanse. Tú eres el reposo en donde se recogen mis sentimientos dispersos. ¡Que nada mío se retire de ti!
Algunas veces, allá muy adentro de mí, me haces entrar en un afecto de dulzura inusitada; tal que si llegara a su plenitud no entiendo cómo podría llamarse vida lo que no es esa vida. Pero vuelvo luego a caer en la pesadez de mis trabajos; me absorben de nuevo las ocupaciones acostumbradas. Mucho es lo que lloro, pero estoy en ellas retenido, tan pesado así es el fardo de la costumbre. Estar aquí, lo puedo, pero no lo quiero. Estar allá, lo quiero, pero no puedo; y así, en ambas partes soy miserable.
(...) Desde mi corazón lleno de llagas vi tu esplendor; y en mi deslumbramiento dije: "¿Quién podrá jamás llegar a él?". He sido desechado de tus ojos y de tu presencia (Sal. 30,23). Tú eres la verdad que sobre todas las cosas domina, y yo en mi avaricia no te quise perder; pero quise poseer la mentira juntamente contigo al modo de quien está dispuesto a mentir pero no hasta el grado de no saber él mismo cuál es la verdad. Era entonces inevitable que te perdiera, pues tú no admites ser poseído en la vecindad de la mentira.
(...) si muchas y graves son mis dolencias, mayor todavía es la medicina que me das. Podríamos los hombres pensar que tu Verbo era remoto y ajeno a todo contacto con nosotros si él no se hubiera hecho carne para habitar entre nosotros.
Aterrado por el espectáculo de mis pecados y miserias había yo agitado en mí el pensamiento de huir hacia la soledad, pero tú no me dejaste (...) Para vivir, entonces, arrojaré en ti todos mis cuidados y meditaré en las maravillas de tu ley (Sal. 118, 18). Cúrame y enséñame tú, que conoces mi inexperiencia y mis debilidades; por tu Hijo único, en el cual se encuentran todos los tesoros de la ciencia y la sabiduría, y que me redimió con su Sangre (Col. 2, 3). Que no me calumnien los soberbios; porque yo medito en el precio de mi rescate, lo como, lo bebo, y lo distribuyo. Pobre como soy, de él quiero saciarme en compañía de los que comen y tienen hartura, alaban al Señor y lo buscan (Sal. 21, 27)
Agustín de Hipona, Confesiones, 397-398
Esta mañana me di cuenta que puedo regalar, quemar, desechar todos los libros de mi biblioteca y quedándome con sólo uno mi espíritu asentirá satisfecho. De esa obra procede el fragmento que acabo de transcribir.
He venido dialogando con Agustín toda mi vida, he buscado con él, me he avergonzado y alegrado en su presencia tan clara, tan cercana, tan contemporánea. Agustín ha sido mi gran amigo, mi admirado hermano, mi maestro.
Pero además allá afuera ocurre la gestación de la tormenta. El cielo se revoluciona en nubes negras y viento y truenos y rayos. La ciudad se estremece con la bendición de la lluvia.
Sublime. Bello.
Hoy es un día perfecto...