22.10.08

EVOHÉ. Ensayo de persuasión

La ciclotimia neurótica del clima tropical en este hoyo del planeta es demoledora. Desde una insólita sequía multípera de polvo y agrietamientos, el cuerpo es arrojado sin tregua a la sempiterna humedad viscosa (producto de precipitación efímera -aunque violenta- seguida de iracundo azote solar). Amenazando la cordura, un pavor recorre las calles con su anuncio profético de inundación. Y la inteligencia participa involuntariamente de esa paranoia que embota los sentidos, percibiéndose la vida como un abismo lujurioso y angustiante. Cualquier argumentación es sospechada de falsa o ridícula, las socializaciones resultan hasta escandalosas. Se ruega –entonces- por el rapto, la quimera de saltos extáticos, el olvido de sí, la liberación.
El arte es exiguo para dar cuenta de la agitación de ese Ápeiron que pugna por manifestarse. La ciencia se resigna a su derrota. Los trabajos y los días se soportan vomitivamente.
Sólo la fiesta, el frenesí de los tambores y la hechicería del alcohol alcanzan a restaurar a tantas (nuestras) pobres almas apretujadas de abandono e ignominia.
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Queriendo celebrar su reencuentro con la tierra, tras indigestión de agua y como para significar mejor su legítima hidrofobia, Noé inventa el vino, cosa en la cual Dios, en su infinita seriedad, y en su perpetua incapacidad para regocijarse, no había pensado. Así, pues, a no olvidarlo: el agua es una creación divina, el vino, un regalo del hombre. Uno tiene las ideas que puede (…)
Me gusta Noé porque fue un empresario de mudanzas eficiente, por cierto, pero también, y sobre todo, porque inventó aquello en lo cual Dios ni siquiera se había atrevido a pensar: la manera de hacerse ligero, de danzar, de conjurar un poco la pesadez que nos aflije. Uno se preocupa por la fruta prohibida, el otro por su fermentación y destilación. El primero divide las tinieblas, forma el caos, crea la luz y algunos menudos trabajos de este orden, el segundo añade el etanol al cuadro que, de no ser así, habría quedado muy incompleto (…) Se necesitaba el vino, por lo menos, para hablar de la multiplicidad de los vestidos posibles, de las narices pensables y de las fragancias imaginables. Piénsese un poco: pétalos de rosa y duraznos en compota, vainilla y bergamota, trufas y pimientos verdes, piel de Rusia y pedernal, tripas de liebre y cereza… El diluvio es el triunfo del agua lustral, purificadora. Noe confía la regeneración que debe seguir a la tierra y a las sustancias que de ella se nutren. Ninguna metafísica del alcohol puede ahorrarse esta transmutación del agua en vino, ese pasaje del diluvio a la vid, de la razón al racimo.
Pues la embriaguez es mágica y conduce a comarcas que aclaran, iluminan e informan acerca del funcionamiento de la razón, acerca de sus límites (…) Estado que supone el espíritu turbado por los vapores del alcohol y no derrumbado a causa de dosis excesivas. La práctica del vino, y de otros brebajes mágicos, implica el gusto por el margen, el límite, la franja más allá de la cual se sabe que no hay retorno. Exige que se domine el cuerpo con la suficiente precisión y destreza para que pueda pedírsele solamente rozar universos en los cuales uno podría perecer en cuerpo y alma, confundidos, si faltaran la habilidad, el sentido de la delicadeza (…) Embriedad, una mezcla de embriaguez y ebriedad (…), un mixto de fascinación por los abismos y las prácticas de aproximación (...)
La embriedad es liberación del espíritu, superación de las fronteras o límites que lo contienen y lo someten mediante las operaciones del entendimiento, el trabajo del juicio, los rigores de la lógica y del razonamiento, las angustias del análisis. El vino es catártico. (…)
La embriedad es generadora de los aturdimientos que duran allí donde la sobriedad permite accesos más rápidos a las apercepciones apaciguadoras. Es un añadido de confusión a la confusión, de embriaguez a la embriaguez, de danza a ese ya vertiginoso ballet de las pequeñas percepciones. A la inquietud, en el sentido etimológico, añade más movimiento, incapacidad a nuevas quietudes. Síncopas y deslumbramientos contra claridad y distinción; Dionisio en furia, ménades y bacantes inspiradas contra Apolo deseoso de medida, de forma, de calma y orden. La embriedad es un asentimiento otorgado a las coreografías de las pequeñas percepciones antes de toda resolución en un estado de conciencia claro. Desata, libera y autoriza la duración de las confusiones. Lo antojadizo es alentado, garantizado en sus prerrogativas y remite a las calendas griegas los plenos poderes de una apercepción que significaría el rigor. Con eficacia, el achispamiento afecta los pequeños resortes de la dinámica espiritual en la tensión o el relajamiento, induce una tiranía de su orden multiplicando el aflujo de los flujos, solicitando los aturdimientos que preexisten ya a la percepción conciente, clara y distinta. Las energías, las vitalidades, las fuerzas son volubles y salvajes en el estado natural, la embriedad es un refuerzo de la gimnopedia caótica y dionisíaca; perturba, centuplica la magia y la furia; retrasa los efectos armónicos y conduce directamente sobre la senda de las sinestesias (…)
Los sonidos se espesan, se difunden, difractan, repercuten y resuenan con nuevos timbres, tienen mayor amplitud o profundidad, mayor delicadeza o preciosura. Las imágenes recorren el mismo camino, sometidas a las mismas leyes. Y otro tanto para los demás sentidos, todos ubicados bajo el registro de las sinestesias: nuevas correspondencias rimbaudianas donde, por cierto, las vocales están coloreadas, pero también son luminosas las músicas, sonoros los rozamientos, voluminosas las fragancias. Frutos, especias, flores, para hablar de un cuerpo; cadencias, ritmos, armonías para expresar una pintura; planos, pliegues, bloques para narrar una música. Los registros están confundidos, mezclados y combinados en provecho de nuevas sapiencias. El entusiasmo es ese dichoso pánico que, a través de caminos inesperados, conduce al corazón mismo de las cosas, a su esencia (…)
Semejante a los dioses antiguos, el bebedor enthée [endiosado] accede a la despreocupación, la ligereza, la frescura de quien experimenta en lo más recóndito la obra de la reconciliación consigo mismo, el fin de la alienación, definida como la resultante de la hipóstasis de las partes más ricas en sí.
Ahora bien, el olvido de sí y la amputación de una parte de sí entre las más ricas no se realizan sin dolores, concientes o inconcientes, sin trastornos e inquietudes. El deseo de ser otro, aunque no fuera más que algunos momentos, breves, se arraiga en una insatisfacción metafísica previa. Lo trágico no está lejos. El deseo psicotrópico está montado sobre una frustración existencial. El tiempo contado, los deseos más cuantiosos que los placeres, la sumisión generalizada al principio de realidad desde los primeros momentos de la vida, la monotonía de una existencia enfrentada a lo que lo imaginario y lo hipotético susurran, la insatisfacción tan a menudo dominante, todo invita a experimentar lo cotidiano como un fardo que, en ocasiones, hace sentir dolorosamente su naturaleza (…)
Beber es privilegiar lo que la civilización reprueba al considerarlos como sentidos innobles: el olfateo y el gusto, tras una rápida concesión que se hace a la vista para la ropa… La nariz, la boca, el paladar, la lengua, las mucosas, el rinencéfalo, fragancias, efluvios y sabores, se honra todo cuanto traiciona lo primitivo. Los efectos de la embriaguez también se manifiestan contra los sentidos nobles: se ve no tan bien, más borroso, a veces doble, resulta difícil concentrar su atención visual, el campo es disminuido; los sonidos adquieren una nueva consistencia, más fluida, más metálica, resuenan, repercuten y entrechocan en beneficio de un confusionismo que, en ocasiones, no carece de encanto. Uno deja de ver a quienes trataba de soportar; deja de oír sus parloteos que se pierden en un cacareo generalizado. Es una alegría. La cabeza vacila, se vuelve pesada aunque su contenido se aligere, regocijante paradoja. Se estropea el lugar del espíritu, y es el sitio mismo de la inteligencia, de la memoria y de la cultura. ¡Basta de ese instrumento de la razón que hace a uno razonable! Para paliar esas miserias que se adueñan de la cabeza cuando pretendían beber, los espartanos ceñían su frente para evitar que el alcohol se les subiera demasiado, y demasiado rápido al cerebro. No es seguro que el artificio realmente surtiera efecto (…)
Sin embargo, de la embriedad, a mitad de camino de la sobriedad y la embriaguez, pueden tomarse lecciones de filosofía. Así como la burbuja del champán es emblemática de las naturalezas muertas barrocas, igualmente la ebriedad es el anverso de una medalla cuyo reverso es la sabiduría trágica. Pues el alcohol, que puede ser el aguardiente luego de la destilación, sólo se obtiene mediante un proceso de descomposición, fermentaciones y podredumbres; el trabajo de la muerte, la vida continuada por otros medios. Astucia de la razón, es la resultante vigorizadora y vitalizante de una obra necrógrafa, una suerte de metempsícosis para azúcares difuntos que se convierten en ese líquido sutil, cargado de las potencialidades del delirio (...)
Así pues, los alcoholes son quintaesencias en todos los niveles: de efectos, causas y medios. Jugos de civilización y de metafísica, también son culturas, memorias y saberes licuados. Muertos domesticados, trabajo del negativo en proliferación, cristalizaciones pragmáticas de la dialéctica, y sobre todo del momento sintético que permite la superación-conservación -la famosa Aufhebung hegeliana-, análogo de la vanidad en las bellas artes: el cultivo del vino, la vinificación, son alquimias que permiten la vida transfigurada (…) Gracias, Noé.
MICHEL ONFRAY "Vías de acceso a los genitales. Epitafio para Noé"
La razón del gourmet. Filosofía del gusto, 1995
Vuelvome intolerable en esas siestas y madrugadas de psicóticas variables atmosféricas.
Me es cíclico y fugaz cierto resentimiento, cuando aquellas fluctuaciones caóticas.
Pero en mi bodega tengo La Trappe Dubbel y un Fray Justo Syrah 2004, en íntima reserva.
Y está la constante vigilia de un corazón palpitante...

6 comentarios:

Laviga dijo...

Che, y este Onfray no escribió ningún ensayito sobre la marihuana?

GISOFANIA dijo...

No. Pero en muchos de sus libros hay algunas referencias (tené en cuenta que es un filósofo francés simpatizante de Nietzsche, Epicuro y los cínicos nacido en 1959).
Ahora bien, sobre el tema de estupefacientes te remito a un clásico:
http://es.wikipedia.org/wiki/Las_puertas_de_la_percepci%C3%B3n (aunque de Huxley yo me quedo con "Brave New World")
Y lo mejor de lo mejor son siempre las fuentes:
"Bacantes" de Eurípides (a falta de registros de originales ditirambos)
Los escritos místicos de los irlandeses Williams: Blake y Yeats
El reggae y su ortodoxia
Los registros esotéricos y exotéricos del rock and roll

Si se me ocurre algo más te aviso.
Chin chin

german dijo...

Eso ultimo de La trappe Dubbel y el syrah 2004, me dejó cariacontecido, diría un célebre homosexual...
Escriba algo desde el cuore y deje de copiar y pegar al Onfray ese que a Ud le corresponden mejores pensamientos...
Un abrazo justo ahí,
Alguien en el mundo piensa en mí...

GISOFANIA dijo...

Eso que dijiste me hace sentir ofendida.
En fin.

Laviga dijo...

Ja!!! No no no, no es que quisiera leer de otros autores, sino específicamente de este.
Tenía ganas de ver cómo se las arreglaba para decir que el Hombre inventó el faso a partir de una planta que no dice nada.
O el cemento a partir de arcilla, arena, hierro, etc.
O los sweaters a partir de ovejas esquiladas.
Está muy bueno su punto de vista.
Otro de esos al los que si los dejan hablar no los condenan...

(en la verificación de la palabra me tocó "subees", interesante, verdad?)

un viejo tanguero dijo...

Ojo con el vino que te hace crecer la pancita.
Besos.